domingo, 24 de abril de 2022

Del libro Como olvidado de mi país


EL MALECÓN [ HISTORIA DE UNA HOJA ]


   
Envuelta en la toalla, salió de la sala de baño y entró en su dormitorio.
   Fuera, la brisa rozó la última hoja de la estación.
   Se inquietó el árbol, se inquietó el pájaro en la rama.
   ¿Llegó el trino al oído de ella?
   ¿Qué es lo que sintió la hoja que no sintiera la joven envuelta en la toalla?
   ¿El roce del otro?
   Era inevitable —mientras se vestía— el recuerdo de la espuma de las olas en sus pies desnudos y el abrazo de ese que la besó en el cuello.
   Al atardecer, ese —ahora hecho sombra— la invitó a beber cerveza a la taberna de la costanera.
   Después, camino a casa, la sombra 
aprovechada de la ceguera de los besos se la llevó por la oscuridad más densa del malecón, donde la apretó contra la fría piedra.
   La sal se comía el hierro y la madera del muelle, y el cuerpo muerto de una gaviota.
   La muchacha, ¿alcanzó a ver la luna antes de desaparecer tras una nube?
   Nadie ha de haber oído su espasmo a causa de las voces de las gaviotas. Ni en las otras noches en el malecón, hasta el fin del estío, cuando la constelación sigue el vuelo de las aves hacia el azul de otros planetas.
   Volvieron a los cafés y los bares de la ciudad de origen —el mismo alcohol, el mismo humo de cigarrillos.
   Se tocaban una y otra vez las manos, así estuvieran frías, como si el vaho de la lluvia o el humo se las hubiera vuelto forasteras.
   Por eso ella, cuando oyó trinar el pájaro en la oscuridad, evocó los graznidos de las gaviotas y el ruido de las olas del mar estrellándose contra el malecón.
   Entró en la cama y apagó la luz de la lámpara: la onda que generó este acto, desprendió laúltima hoja del árbol.



    Estocolmo, 11 de abril de 2008.


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